Amor de Locos
Cada cierto tiempo surgen en las calles, de nuestros pueblos gemelos, indigentes o enajenados mentales que provienen de alguna familia colonesa...
Cada cierto tiempo surgen en las calles, de nuestros pueblos gemelos, indigentes o enajenados mentales que provienen de alguna familia colonesa, pero mayoritariamente, son desconocidos, porque han llegado de algún lugar lejano para merodear y deambular por parques, sitios abandonados, calles y avenidas, lejos de aquellos que dicen ser su familia. Así se convierten en el blanco de comentarios, rumores, chanzas y en muchos casos maltratos ejercidos, regularmente, por parte de jóvenes del pueblo.
Tengo muchos meses ya, viendo una joven gordita de carnes flácidas, cara rechoncha y sonrojada que muestra una mirada perdida, pero sonriente e ingenua. Era común verla en cualquier acera tirada con trapejos y bolsas llenas de lo que el mundo arrojó a la basura, en espera de alguien que le hablara, le diera comida, o qué se yo, formara parte de su enajenación mental y le ayudara a creer que, un día, por un acto de AMOR consumado, vino a la vida.
Pasó un buen tiempo. Ahora, la química que inicia la vida, el impulso original que busca el hombre por perpetuarse, el misterio desconocido aún por la ciencia, ha traído una compañía a nuestra amiga que deambula con la mirada perdida por las calles. Un hombre alto, delgado, barbudo, con capas de sucio acumuladas en su piel, con silueta carcomida por el hambre, camina a su lado tomado de su mano. Parecen estar divorciados de nosotros, sus coterráneos, de la rutina en la ciudad, de las bocinas del tráfico, de los juegos de los niños en un parque, del paso del calendario, de las cosas que sustentan la vida. Están viviendo sólo para ellos, para la locura que comparten, para el AMOR que sienten el uno por el otro. ¡Que extraño! ¡Que interesante!, en los rincones más oscuros del alma prevalece la luz del AMOR, sobrevive la cordura para ver en el otro el complemento de la felicidad, de la alegría, de una vida en común.
Me detengo a verlos cada vez que los veo sentados en un banco de la Plaza Bolívar. Ella, mostrando el tizne de sus verijas que contrastan con su blanca piel, él, buscando tal vez, en su perturbada memoria porqué son ellos los enajenados, y no, nosotros, que nos cambiamos de acera al verlos, que les negamos ropa y comida y que no desarrollamos una sociedad justa que cuide de ellos para que vivan a plenitud su locura de AMOR.
¡Viva el Amor! ¡VIVA EL AMOR DE MIS DOS LOCOS!