Emoción o Razón
Nacemos con un mundo potencial de emociones, un temperamento. Este, se alimenta y toma forma con los ingredientes que a lo largo de la infancia le proporcionan los encargados de nuestro bienestar...
Nacemos con un mundo potencial de emociones, un temperamento. Este, se alimenta y toma forma con los ingredientes que a lo largo de la infancia le proporcionan los encargados de nuestro bienestar: padres, maestros y sociedad en general. Dependiendo de la cantidad y la calidad que se suministre de cada ingrediente, así serán las debilidades y fortalezas de nuestra personalidad. Desarrollamos entonces el carácter. Pero ¿Cuáles son estos elementos que nos llevan a conformar nuestro carácter? Las emociones y sentimientos: la alegría, la tristeza, la generosidad, la solidaridad, el compromiso, la justicia, la entrega, la ira, la envidia, el amor, el odio, el enfado, la nobleza, la constancia, la lujuria, la frustración y otros más. En esos primeros años de vida, el niño o la niña por un proceso de imitación aprehende y graba en su subconsciente rápidamente cuales son las emociones, sentimientos y actitudes que le dan una mayor oportunidad de sobrevivencia en el mundo de los adultos que deciden por él o ella, toma, y hace suyas las que predominan en su hogar. Por eso, es que decimos que los niños aprenden muy rápidamente. Claro, están en desventaja y eso los convierte en “esponjitas” que todo lo deben absorber.
Al cuarto año de vida, por lo general, nos llevan a la escuela, cargando ya en los hombros nuestro propio morral de actitudes, condicionamientos y aprendizajes formados en casa y que terminarán de consolidarse a lo largo de nuestras vidas con las vivencias proporcionadas por la escuela y la sociedad. Da miedo descubrir que algunos especialistas en la materia aseguran que ya al cuarto año de vida el niño o niña tiene el 75% de su personalidad formada. ¡Vaya responsabilidad la de una madre y un padre! El desarrollo del mundo físico y emocional de cada individuo precede, en buena parte como vemos, al intelectual. Puedo llegar a cierta edad, sólo, si me alimentaron adecuadamente, si cuidaron de mi sueño, si satisfacieron mis necesidades higiénicas. Del esmero, la calidad y la actitud brindada en estos “servicios” en la primera infancia va a depender la óptica con la que voy a ver el mundo y a mis congéneres. Por simple lógica, nadie puede quererme más en el mundo que mis padres, y todo cuanto entre en contraposición con lo que de ellos aprendí, en el futuro, pasará primero, por el filtro de cómo fue resuelta cada situación en casa. El paso por la escuela dirá que tan sólidos y edificantes fueron estos filtros del hogar.
Desde la escuela, el docente comienza a reforzar la inserción social del niño, con las muchas o pocas habilidades, herramientas y destrezas que posee. Con todo lo que contiene su propio mundo emocional va encausando las energías predominantes en el niño hacia la formación del ciudadano. En el caso venezolano, llevamos muchos años ya dándole prioridad al desarrollo de las habilidades intelectuales (memorización, solución de problemas matemáticos, saberes de la ciencia y la tecnología) en perjuicio de las emocionales/sociales. Si el docente, no posee el conocimiento, no tiene destrezas, o simplemente si el mismo está condicionado culturalmente a ver actitudes inadecuadas de un alumno como “normales o cosas de la edad”, no asume el compromiso de ser un actor activo a prestar la asesoría debida a la familia del alumno, para cambiar lo que es nocivo y formar al ciudadano virtuoso, útil a si mismo, a su familia, a la comunidad y al país, sin hablar del bien a nivel del planeta, que estos ciudadanos universales pueden posteriormente llegar a crear. Redondeando entonces, le corresponde a la escuela y la sociedad formar el 25% restante de la personalidad de un individuo.
La escuela como depositaria de la Academia, del conocimiento científico, enseña al niño a buscar la relación causa-efecto, a conocer la exactitud del método científico, a aplicar conocimientos sociales extraídos de estudios de campo ya probados, le instruye sobre las leyes de la biología, la física, la química, le pone al descubierto los laberintos que recorren los pensamientos para generar la conducta humana, estudiados por la psicología, le narra los hechos que han hecho la historia del hombre, la belleza de la lengua, las bondades de las matemáticas, le recrea la geografía nacional y universal y le ilustra acerca de los progresos hechos por el hombre en materia de derechos humanos, para que los asuma durante toda su vida. Ahora bien, cuando todos estos conocimientos, provenientes de la razón, que impartimos están acompañados por las emociones, sentimientos y actitudes correctas, se transforman en experiencias vitales que coadyuvan a la plenitud del individuo y a la formación de una sociedad llena de paz, armonía y progreso. Si por el contrario, son abordados pedagógicamente de forma “insipida”, sin un riguroso análisis de las debilidades y fortalezas de cada materia en cuestión, y sin la convicción interna que muestra la actitud serena y espontanea del docente comprometido con los principios humanos más sagrados, estamos entonces, condenados a vivir en una sociedad caótica, anárquica y con una pobre calidad de vida. Estamos ante una crisis de valores en el hogar y en la escuela y no queda otro camino que revisarlos. Creo que es el punto donde nos encontramos en el país.
Vemos con más frecuencia, ahora, seres desgastados, a mitad de sus vidas, por tantas emociones negativas vividas desde muy temprana edad. Hay más niños y jóvenes violentos porque jamás han tenido quien les haga justicia o escuche sus angustias y temores. Adultos que muestran públicamente, y sin pudor alguno, el orgullo de vivir bajo el dominio de los antivalores: la mentira, la deshonestidad, el engaño, el oportunismo, la opresión a otros, el desafío a la autoridad, el irrespeto al prójimo, el caradurismo, el ventajismo, el desamor. Todos ellos dejan ver la incapacidad de cambio de la sociedad que tiene nuestra escuela, cuando estos jóvenes alcanzan su vida adulta y se vuelven victimas de sus indomables y nunca estudiadas emociones. Ignorantes del mundo académico real que trae luz a la conciencia, se convierten en individuos ingenuos, falsos, contradictorios, con baja autoestima, rebeldes, con poca capacidad de análisis, propensos a ser fanáticos, con personalidades adictivas, dependientes de cuanta corriente religiosa, política, tecnológica, manía social o de moda pasa por su lado. Buscan mesías que le solucionen sus conflictos y le resuelvan sus necesidades porque jamás fueron entrenados en el ejercicio de la revisión profunda de su mundo interior. Siempre consiguen el culpable fuera.
Por otro lado, existen quienes privilegian en sus vidas el mundo racional, minimizando ese mundo emocional que se gesta en el vientre del hogar. Explicarían cualquier acierto o desacierto humano basados en el conocimiento científico venido del intelecto.
Tenemos, en definitiva, que un balance de estos dos mundos, el emocional y el académico, es deseable y crítico. El desarrollo de ambos debe ser vigilado muy de cerca por la familia y la sociedad a través de las instituciones del estado. Un desequilibrio en un individuo pudiera no ser visible a las masas, pero el desequilibrio de las masas será siempre visible a un individuo. El estado de equilibrio que muestra el país nos llama a indagar en nosotros mismos por la verdad emotiva y la verdad racional. Imaginemos cuanto bien pudieran generar en un país un líder cuya vida emocional haya sido bien estructurada en sus núcleos familiares y sus vidas académicas, formadas en una escuela con maestros de primera línea. Ahora, imaginemos el daño que potencialmente podría hacer a todo pueblo, un individuo (que no se podría llamar, entonces, ciudadano), gobernado por un mundo subconsciente que no entiende y al cual obedece.
Veamos estas personas al frente de una familia, un comando militar, un tribunal, un equipo de profesionales, una institución financiera, una cárcel, un centro hospitalario, una iglesia, un partido político, una escuela, un expendio de comidas, una empresa de trabajadores, un país. Saquemos nuestras propias conclusiones.
Si existe la utopía, creo en una sola y no es otra que ayudar a formar un mundo de hombres y mujeres virtuosos, ilustrados, felices y capaces de alumbrar al mundo con su sola presencia, una vez que nuestra estrella rey, el sol, ya no ilumine el firmamento.